Por ELISABETH ELLIOT
Recuerdo cuando era niña y quería comprarles regalos de Navidad a mis padres… pero no tenía forma de ganar dinero. Mis hermanos repartían periódicos y ganaban unos veinticinco centavos por semana, o algo así, en el tiempo de la Gran Depresión. Pero yo dependía de la mesada que recibía. Así que no habría tenido absolutamente nada para regalarle a mi madre en Navidad si ella no me hubiera dado algo antes. Así es con nosotros y Dios, ¿verdad? Todo lo que tenemos viene de Él, y no tenemos nada para ofrecerle que Él no nos haya dado primero.
Hay una antigua oración de acción de gracias que se dice al recoger la ofrenda. Dice: «Todas las cosas vienen de ti, oh, Señor, y de lo tuyo te hemos dado». Recibimos de Él. Lo aceptamos en nuestras manos. Decimos gracias. Y se lo ofrecemos de vuelta. Esa es la secuencia lógica de lo que he estado diciendo. Todo es un don. Todo es para ofrecerlo en de vuelta.
SOLO UN PUÑADO
Yo me he sentido tan profundamente desamparada como la viuda de Sarepta. Seguramente recuerdas la historia de cuando Elías fue alimentado por los cuervos, hasta que finalmente, Dios le dijo que los cuervos ya no vendrían más. Y que debía ir a un lugar llamado Sarepta, donde había una viuda que iba a alimentarlo. No creo que podamos imaginar la extrema pobreza de una viuda en ese tiempo. Pero ella era la más desprovista, la más pobre de todas.1
¿Cómo se le va a ocurrir a Dios que es el dueño del ganado de mil campos, elegir a una mujer tan pobre para alimentar a Su profeta? Recuerdas que, cuando Elías llegó a Sarepta, encontró a la mujer recogiendo ramitas, y le pidió agua. Y luego, le hizo el pedido más irrazonable que se nos podría ocurrir. Le dijo: «Hazme una torta».
Creo que, si ella hubiera vivido en este tiempo, podría haber respondido: «¿Te estás burlando de mí? Aquí estoy, recogiendo dos ramitas para poder cocinar el último puñado de harina que tengo con las pocas gotas de aceite que me quedan en una tortita que es lo único que nos queda para comer a mi hijo y a mí antes de morir. ¡Estoy muriendo de hambre, ¿y me pides que te cocine una torta a ti!?».
Pero la mujer reconoció que este era un hombre de Dios. Así que, para ella, era cuestión de obedecer a Dios, y le hizo la torta. Creyó en Su palabra, de que el aceite no se acabaría, ni la harina iba a faltar. ¿Qué hizo Dios al enviar al profeta a una mujer tan pobre? Había puesto en las manos de la mujer algo para devolverle. Una ofrenda, sin duda, mísera: solo un puñado de harina y unas gotas de aceite.
SOLO UN POCO
¿Recuerdas cuando el jovencito le entregó su comida a Jesús? Tenía cinco panes y dos peces que los discípulos le llevaron al Señor, y lo puso en manos de Jesús. Uno de los discípulos hasta le preguntó a Jesús de qué serviría esa escasa comida para una multitud tan grande.
Ahora, les hablo a algunos de ustedes que sienten que no tienen nada para ofrecerle a Dios. No han tenido grandes sufrimientos. No tienen grandes dones. No llegaron temprano al reparto de dones, y piensan: «Pobre de mí. No sé cantar, ni predicar, ni escribir libros, ni soy la mejor anfitriona. Así que en realidad, no puedo servir al Señor. Si tuviera los dones que tiene aquél o aquella, sería otra cosa».
Estoy segura de que hay algunos que dirían: «¿De qué puede servir mi ofrenda, tan pequeña, para esta multitud? ¿Acaso quieres decir que tengo algo que puede tener importancia para la vida de este mundo?» Y yo respondo: «Sí, eso es lo que te estoy diciendo». Porque Dios toma a una viuda que no tiene nada, Dios toma el almuerzo de un niñito y lo convierte en algo para el bien del mundo, porque esa persona estuvo dispuesta a entregarlo.
Comencé a verlo, muy lentamente. No creas que soy una gigante espiritual por haber descubierto esto. Fue el Espíritu Santo que me dijo: «Dámelo. Suéltalo. Ofrécelo como sacrificio. Pon algo en tus manos para darme». ¿Cómo se siente una madre cuando su hijito de dos años le trae una florcita de la calle, apretada en su manita sudada, y se la ofrece con una sonrisa? Para ella es el mejor regalo del mundo, porque el amor lo transforma. De eso se trata. El sufrimiento y el amor son inseparables. Y el amor, invariablemente, significa sacrificio.
AUN NUESTRO VACÍO
Amy Carmichael, una mujer soltera, se convirtió en madre de miles de niños indios. La familia que ella fundó, el orfanato de Dohnavur, llegó a albergar al mismo tiempo a 900 niños rescatados de la prostitución religiosa. Y Amy trabajó allí durante cincuenta y tres años. En uno de sus poemas, escribió: «Si tu dulce hogar está más lleno, Señor, aunque mi casa en esta tierra esté más vacía, ¡qué gran recompensa2 es!».3 Tú y yo no tenemos idea de lo que Dios tiene en mente cuando damos nuestra ofrenda. Pero todo es material potencial para el sacrificio.
«Si mi vida está rota cuando se la entrego a Jesús,
quizá sea porque esos pedazos podrán alimentar a una multitud,
mientras que un pan solo bastaría para un niñito».
Muchas veces me han preguntado cómo manejo la soledad. Y yo respondo que no puedo. Me preguntan: «¿Pero no pasaste mucho tiempo sola en la selva?» Invariablemente, contesto: «Sí, claro. Pasé muchos más años sola que casada en la selva». Y continúan: «¿Y cómo lo manejaste?» Y yo respondo: «No lo manejé. No podía. Tuve que entregárselo a Alguien que sí pudiera». En otras palabras, mi soledad fue mi ofrenda.
Así que, si Dios no siempre nos quita el sentimiento de soledad, quizá sea para que cada minuto de cada día yo tenga algo para ofrecerle y decirle: «Señor, aquí está. Yo no puedo manejarlo». No sé cuáles son las emociones que tú no puedes manejar, pero cada uno de nosotros sabe algo acerca de la soledad.
Nunca olvidaré lo que una misionera dijo en un servicio en la capilla cuando yo era estudiante. Ella habló del niñito que le entregó su comida a Jesús y dijo: «Si mi vida está rota cuando se la entrego a Jesús, quizá sea porque esos pedazos podrán alimentar a una multitud, mientras que un pan solo alcanzaría para un niñito». ¿Qué tienes tú en tu mano para darle a Él?
Extracto tomado con permiso de Suffering Is Never for Nothing (Sufrir nunca es en vano), de Elisabeth Elliot. © 2019, B&H Publishing Group.
1. Ver 1 Reyes 17.
2. La palabra en el original hace referencia a una recompensa o algo que se utiliza para hacer restitución.
3. Amy Carmichael, «Let Me Not Shrink» en Mountain Breezes: The Collected Poems of Amy Carmichael.
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Elisabeth Elliot fue una de las cristianas más influyentes de nuestro tiempo. Durante medio siglo, sus libros, enseñanzas y su valiente fe han influido sobre creyentes y buscadores de Jesucristo en todo el mundo. Elisabeth utilizó sus experiencias como hija, esposa, madre, viuda y misionera para llevar el mensaje de Cristo a innumerables personas en todo el mundo.