Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.
1 Juan 1:9
La confesión es un acto que requiere valor. Reconocer nuestros errores y pecados es cosa de valientes, no de cobardes. En EE.UU. donde las leyes tienen un profundo sentido cristiano porque los fundadores de este país conocían la Biblia, se valora mucho cuando un reo reconoce y confiesa su delito. Ante Dios, el Juez del universo, también la confesión es muy estimada.
Recuerdo que una vez en Cuba, un policía de tránsito decidió no multarme porque reconocí que iba a exceso de velocidad. He visto a muchos jueces humanos ser benévolos con los reos cuando estos confiesan humildemente su delitos, su error. Cuando mis hijos eran pequeños y alguno hacia algo malo yo le prometía perdonarlo si reconocía su falta, si la confesaba. La confesión también puede ser terapéutica y sanativa. Nos libera y nos ayuda a sentirnos mejor.
Dios es un Dios de amor, y aprecia mucho cuando el pecador reconoce su pecado y lo confiesa. Aprendamos el valor de la confesión. El trago amargo del pecado se hace más fácil de digerir cuando reconocemos nuestro pecado y los confesamos. Dios siempre está dispuesto a perdonarnos. Un ejemplo paradigmático de lo que decimos es el salmo 51 donde David confiesa su pecado. La confesión ayuda al perdón. Aprendamos a reconocer nuestros pecados y confesarlos, que Dios se encarga de lo demás (1 Juan 1:9).
Señor, danos el valor y el coraje para confesar nuestros pecados porque Tú eres bueno y perdonador.
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Por Nilo Dominguez
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