POR ROBERT C. DUNSTON
La Biblia se refiere varias veces a Elías como un «varón de Dios» (1 Rey. 17:24; 2 Reyes 1:9-13), poniéndolo así a la altura de los fieles como Moisés (Deut. 33:1), Samuel (1 Sam. 9:6-10), David (2 Crónicas 8:14) y Eliseo (2 Rey. 4:7, 22). En hebreo, el nombre Elías puede traducirse como «mi Dios es Jehová» o «Jehová es mi Dios». Y este profeta hizo honor a su nombre, ya que su fe estuvo dirigida exclusivamente a Dios y se esforzó por guiar a Israel y a sus líderes para que también siguieran exclusivamente a Dios.
Elías provenía de Tisbe, una aldea de ubicación incierta, en el área de Galaad, al este del río Jordán. En el tiempo de Elías, Galaad era un área forestada, de población dispersa, en el reino del norte: Israel. Dado que «tisbita» suena, en hebreo, muy similar a la palabra que se traduce como «colono», la identificación de Elías como tisbita quizá sea más una referencia a su carácter de colono en Galaad que a su carácter de habitante de una aldea en particular.1 La Biblia describe a Elías como un hombre velludo, con un cinturón de cuero alrededor de la cintura (2 Rey. 1:8), otro dato que podría sugerir que vivía apartado de la sociedad de su tiempo. Su capacidad y predisposición para sustentarse solo con el pan y la carne que los cuervos le llevaban (1 Rey. 17:6) y el hecho de que se trasladaba constantemente de un lado a otro, guiado por el Espíritu (18:12) implican también que no se establecía en ninguna parte.
El ministerio de Elías se desarrolló durante los reinados de Acab (874 – 853 a.C.) y Ocozías (853 a.C. – 852 a.C.), ambos, reyes del reino del norte. Una economía próspera le había permitido a Omri, padre de Acab, construir una ciudad que era la capital de Samaria con un gobierno estable, y pudo entregarle a su hijo el reino en paz.2
Acab se casó con Jezabel, una princesa de la ciudad fenicia de Tiro. El matrimonio de Acab y Jezabel fortaleció los lazos entre el reino del norte y Fenicia, amplió las oportunidades para el comercio y creó una alianza contra la expansión del poder y la influencia de Damasco. Como Salomón antes que él, Acab permitió que su esposa Jezabel adorara a sus dioses; construyó un templo a Baal en Samaria y levantó una imagen de Asera (16:31-33). Pero tener libertad y un lugar donde adorar a su dios Baal no fue suficiente para Jezabel, que se convirtió en una propagadora de su culto y trató de llevar a los israelitas a adorarlo a él antes que a Dios, y mató a quienes se le oponían.3
Los seguidores de Baal lo adoraban como dios de las tormentas, que traía lluvia (y con ella, fertilidad) a la tierra, proveyendo así lo necesario para la labor agrícola. Creían que, durante la estación seca anual, su deidad estaba atrapada en el mundo de los muertos, y no podía salir de allí sin ayuda. La adoración a Baal involucraba ritos de fertilidad y prostitución ritual; por medio de la magia, el pueblo trataba de convencer a Anat, hermana y amante de Baal, para que fuera al inframundo a rescatarlo. Historias escritas por adoradores de Baal sugieren que este podía «salir de viaje, quedarse dormido o aun, auto mutilarse hasta sacarse sangre».4 Los profetas de Baal también se mutilaban, en ocasiones, intentando así llamar la atención de su deidad (18:27-28).
Gran parte del ministerio de Elías se concentró en combatir la adoración de Baal y tratar de llevar a los líderes y al pueblo de Israel a una fe exclusiva en Dios. En su confrontación inicial con Acab, Elías profetizó que Dios iba a retener la lluvia durante varios años. Dios planeó esa extensa sequía como una manera de poner de relieve la incapacidad de Baal para liberarse de la muerte y suplir las necesidades de los humanos; y para demostrar que Dios estaba vivo y era real y poderoso (17:1). Acab culpó de la sequía a Elías, pero este le explicó que se trataba de un castigo de Dios para Acab y Jezabel, por llevar a los israelitas a adorar a Baal (18:17-18).
El clímax llegó con el enfrentamiento en el monte Carmelo, cuando Elías desafió a los 450 profetas de Baal y los 400 profetas de Asera a comprobar cuál de los dos, Baal o Dios, haría descender fuego para consumir un sacrificio. «Dado que se creía que Baal, siendo dios de las tormentas, era quien producía los rayos y las lluvias, la situación sería resuelta fácilmente, según pensaban».5 Pero los profetas de Baal no recibieron respuesta alguna a todos sus gritos y ritos (vv. 19-29). Después de reparar el altar y hacer empapar de agua el sacrificio y el altar tres veces, Elías oró pidiendo a Dios que mostrara Su existencia y Su poder para que el pueblo lo reconociera. El profeta no se contentaba con que el pueblo dejara de adorar a Baal; su propósito era que se dedicaran exclusivamente a Dios y mantuvieran una relación de pacto con Él. Dios envió fuego del cielo y consumió el sacrificio, la madera, el altar y el agua. Entonces, el pueblo profesó lealtad a Él, aunque esa lealtad no fue duradera (vv. 30-39).
El conflicto final de Elías con relación a Baal implicó al hijo y sucesor de Acab: Ocozías. Luego de sufrir una terrible caída, Ocozías envió mensajeros para inquirir a Baal-Zebub, un dios filisteo, si podría recuperarse o no. Elías interceptó a los mensajeros y les hizo saber que el hecho de que Ocozías hubiera consultado a un dios extraño en lugar de consultar a Jehová sería su ruina (2 Rey. 1:1-6).
Elías también exigía justicia en Israel. Cuando Acab y Jezabel planearon la muerte de Nabot para quedarse con su viña, Eliseo los confrontó y pronunció el juicio de Dios sobre ellos (1 Rey. 21).
Elías constantemente estaba en peligro por causa de sus conflictos con Acab y Jezabel. A lo largo del ministerio del profeta, Dios lo protegió y lo cuidó, como así también a los que lo rodeaban. Dios milagrosamente le proveyó alimento a Elías al comenzar la sequía (17:6) y cuando huía de Jezabel (19:5-8). Cuando Acab, y luego Ocozías, quisieron matar a Elías, Dios lo escondió de Acab (18:10) y consumió a dos grupos de soldados que Ocozías había enviado para capturarlo (2 Rey. 1:9-16).
A lo largo del ministerio del profeta, Dios lo protegió y lo cuidó, como así también a los que lo rodeaban.
Durante la prolongada sequía, Dios le indicó a Elías que fuera a Sarepta, cerca de la ciudad fenicia de Sidón, en el corazón del territorio de los adoradores de Baal, para hospedarse allí en la casa de una viuda. La viuda estaba preparándose para preparar su última comida con lo poco que le quedaba, pero Elías le pidió que le preparara un panecillo para él. Milagrosamente, las vasijas de la harina y el aceite no se vaciaron, y pudieron alimentarse Elías, la viuda y el hijo de esta, hasta que terminó la sequía. Cuando el hijo de la viuda enfermó y murió, Elías oró y Dios le devolvió la vida (1 Rey. 17:8-24).
Aun un «hombre de Dios» puede sufrir la depresión. Cuando el hijo de la viuda murió, Elías clamó a Dios preguntándose por qué había hecho caer esa tragedia sobre la mujer que tan bondadosa había sido con él (vv. 20-21). Después de la victoria de Dios en el monte Carmelo, Elías, aterrado, huyó de la ira de Jezabel, quejándose ante Dios de que él era el único fiel que había quedado y pidiéndole que le quitara la vida (19:3-8). En ambos casos, Dios cuidó de Elías y respondió sus oraciones: resucitó al hijo de la viuda (17:22-23) y le brindó alimento, Su presencia y nuevas tareas para cumplir (19:15-18).
Cuando Elías completó su ministerio, Dios lo llevó al hogar eterno, no por medio de la muerte, sino de una transición milagrosa de la que fue testigo el sucesor de Elías: Eliseo (2 Rey. 2:11-12). Elías dejó tras de sí un ejemplo perdurable de lo que un hombre de Dios puede lograr.
1. Simon J. DeVries, «1 Kings, vol. 12» en Word Biblical Commentary (Waco: Word Books, 1985), pág. 216.
2. Paul R. House, «1, 2 Kings» en The New American Commentary (Nashville: Broadman & Holman Publishers, 1995), págs. 203, 212, 242.
3. Íbid., pág. 211.
4. Íbid., pág. 220.
5. Íbid., pág. 219.
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Robert C. Dunston es profesor y presidente del Departamento de Religión y Filosofía de University of the Cumberlands, Williamsburg, Kentucky.
Este artículo fue tomado de Estudios Bíblicos para la Vida | Verano 2020