POR DAVID E. LANIER
La pregunta era bastante sencilla: «¿Quién es mi prójimo?» (Luc. 10:29).1 Primera Pero la respuesta de Jesús fue totalmente inesperada y contraria al pensamiento tradicional.
EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
El significado original de prójimo era ‘asociado’ (en hebreo, rea). En Levítico 19:18, la palabra, claramente, se refiere a otro hebreo: «No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo Jehová”. Aquí, «tu prójimo» es equivalente a «los miembros de tu comunidad”. Los israelitas debían tratar a estas personas de manera justa y bondadosa, no robarles ni engañarlas.2 Además, debían extender el mismo trato bondadoso a los extranjeros que habitaran entre ellos: «Cuando el extranjero morare con vosotros en vuestra tierra, no le oprimiréis. Como a un natural de vosotros tendréis al extranjero que more entre vosotros, y lo amarás como a ti mismo; porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto. Yo Jehová vuestro Dios» (Levítico 19:33-34).
La forma de tratar al prójimo era muy importante para determinar la justicia en Israel. Negarse a tratar de manera justa al prójimo era motivo de desintegración nacional y provocaba el juicio divino (Isaías 3:5; Jeremías 9:4-9; Miqueas 7:5-6).3
EN EL NUEVO TESTAMENTO
Surge una nueva, más restrictiva, interpretación de «prójimo», sostenida por la comunidad de Qumram y los fariseos. Las personas que vivían en Qumram definían «prójimo» como alguien que era parte de su comunidad separatista. Todos los que estaban fuera de esa comunidad moraban en las tinieblas y debía evitarse el contacto con ellos para evitar la contaminación espiritual.4 Aunque la gente de Qumram debía odiar a los «hijos de las tinieblas» o «los hombres del pozo”, no se toleraban las venganzas personales.5
Los fariseos también se apartaban de toda contaminación, la que, según creían, era transmitida por los judíos no practicantes. Cuando los guardianes del templo regresaron de controlar a Jesús en el templo alabando Sus enseñanzas, los fariseos los reprendieron: «¿También vosotros habéis sido engañados? ¿Acaso ha creído en él alguno de los gobernantes, o de los fariseos? Mas esta gente que no sabe la ley, maldita es» (Juan 7:47-49). Esta separación se aplicaba también a otros israelitas.
¡Cuánto más habrán evitado los judíos el contacto con los odiados samaritanos, grupo que no tenía defensores dentro del pueblo judío!
El origen de los samaritanos se remonta a 722 a.C., cuando los odiados asirios obligaron a exiliarse a todos, excepto los más pobres, de las diez tribus del norte de Israel. En su lugar vinieron elamitas y asirios que se mezclaron con los israelitas pobres que habían quedado en la tierra, creando una raza mestiza estigmatizada por la idolatría y la impureza. Se los llama «enemigos» en Esdras, cuando tratan de ayudar a reconstruir el templo y la ciudad de Jerusalén.6 La hostilidad entre judíos y samaritanos era legendaria. Los samaritanos construyeron su propio templo en las laderas del monte Gerizim. Tenían sus propia sagrada escritura, el Pentateuco samaritano. Los samaritanos trataban con odio y hostilidad a los judíos que viajaban a Jerusalén; tanto, que muchos judíos preferían evitar por completo la región de Samaria y pasar por el lado oriental del Jordán.
Los judíos respondían maldiciendo públicamente a los samaritanos en los servicios de sus sinagogas y negándose a aceptar su testimonio en los tribunales. Cuando los samaritanos le rogaron a Alejandro Magno que los eximiera de los pagos de los tributos requeridos porque sus tierras estaban en barbecho, Alejandro rechazó su petición, tras haber determinado que no eran verdaderos judíos. Posteriormente, sitió y destruyó la ciudad capital de Samaria.7
“La forma de tratar al prójimo era muy importante
para determinar la justicia en Israel.”
EL BUEN SAMARITANO
Un «intérprete de la ley» se acercó a Jesús y le preguntó qué debía hacer para heredar la vida eterna (Luc. 10:25). Jesús respondió pidiéndole que resumiera lo que decía la ley, ante lo cual el hombre citó Deuteronomio 6:5 y Levítico 19:18: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo» (v. 27). Jesús le dijo que estaba en lo cierto, y agregó: «…haz esto, y vivirás» (v. 28). Entonces, el escriba, intentado justificarse, preguntó: «¿Y quién es mi prójimo?» (v. 29). La interpretación de este concepto sería clave, ya que, si una persona omitía a cierto grupo incluido por Dios, estaría violando la Ley.
Los escribas se enorgullecían de definir las relaciones. Aplicaban la Ley de Moisés a toda situación concebible que tuviera que ver con personas o grupos. Para ellos, las líneas estaban bien definidas. Las normas dictadas por los escribas establecían los parámetros para las relaciones permisibles para los fariseos y todos los judíos practicantes.
En lugar de responder la pregunta directamente, Jesús le dijo al escriba cómo ser un prójimo para alguien necesitado. Y usó a un odiado samaritano como héroe de la parábola. Un detestable samaritano puso en riesgo su vida al detenerse, limpió las heridas del judío, lo subió sobre su propia cabalgadura y lo llevó a una posada cercana. Allí, negoció con el posadero el cuidado del hombre, dándole dos denarios (dos días de salario) y prometiendo pagar más, de ser necesario.
Jesús le preguntó al escriba: «¿Quién, […] fue el prójimo?» El escriba, evitando pronunciar la odiosa palabra «samaritano”, respondió: «El que usó de misericordia con él». Entonces Jesús le dijo: «Ve, y haz tú lo mismo» (vv. 36, 37). En este encuentro, Jesús redefinió «prójimo» de manera inclusiva, violando la tradición judía. La palabra, ahora, incluía a los menos esperados. El samaritano había guardado la ley como Dios lo deseaba, amando a su «prójimo» como a sí mismo.
1. Todas las citas bíblicas fueron tomadas de la versión española Reina Valera 1960.
2. Merril F. Unger, “Neighbor» en The New Unger’s Bible Dictionary (Unger’s), ed. R. K. Harrison, rev. ed. (Chicago: Moody, 1988), p. 915.
3. R. L. Thomas, «Neighbor”, en The Zondervan Pictorial Encyclopedia of the Bible, ed. gen. Merrill C. Teeney (Grand Rapids: Zondervan, 1976), 4:408.
4. A. R. C. Leaney, The Rule of Qumram and Its Meaning (Londres: SCM Press, 1966), p. 121. Este sentimiento es especialmente evidente en el Manual de Disciplina. La palabra «prójimo» se refiere exclusivamente a los integrantes de la comunidad de Qumram en sí y aparece en textos que ordenan el comportamiento correcto.
5. Heinrich Greeven, «plhsi/on» (plesion, prójimo) en Theological Dictionary of the New Testament, ed. Gerhard Friedrich, trad. y ed. Geoffery W. Bromiley, vol. 6 (Grand Rapids: Eerdmans, 1968), p. 316, n. 41.
6. «Samaritans» en Unger’s, p. 1118.
7. Ibid.
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David E. Lanier es profesor de Nuevo Testamento en Southeastern Baptist Theological Seminary, Wake Forest, N.C.
Artículo tomado de EBPLA | Verano 2022