Por Rosa Martínez
Trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también. 2 Timoteo 1:5
En cierta ocasión estábamos viendo una casa modelo en compañía de unas niñas. Al enseñarnos el cuarto principal, la niña más pequeña dio un brinco y se subió en la cama. Aquella cama tan elegante se desbarató. Ella se llevó un tremendo susto y gritó: ¡Esta cama es falsa! Sí, era falsa y así es como las apariencias algunas veces nos engañan. Me imagino que Pablo se había encontrado con situaciones similares en su ministerio y especialmente en relación con la fe. Él podía darse cuenta de la diferencia entre una fe fingida y una sincera. Pero en esta ocasión, Pablo expresa un contraste bellísimo, completamente diferente de la falsedad, al mencionar la fe sincera de su discípulo, Timoteo.
Timoteo tuvo la influencia de su mamá y de su abuela en sus enseñanzas bíblicas. Pablo las menciona como mujeres de una fe genuina, la cual pudo notar en el fruto de sus enseñanzas cuando le dice a Timoteo: «estoy seguro de que en ti también» existe esa clase de fe. Una fe que se muestra cuando las crisis se acercan a nuestra vida, y no nos amedrentamos, sino que seguimos firmes en el camino del Señor. Una fe que muestra que somos salvos. Una fe, como nos dice Santiago, que lleva a la acción no tan solo de palabras sino que pone en práctica lo que cree. Una fe que comparte las buenas nuevas de salvación y se demuestra en la manera de vivir. Luego de ver algunas características de una fe genuina, ¿podrían decirnos, como a Timoteo: «estoy seguro que en ti también» existe esa clase de fe sincera?
Señor, que mis actos muestren que en mí también existe una fe genuina.
Fuente: Lunes, 1 de marzo del 2021, revista trimestral Quietud – Primavera 2021. Puedes ordenar la revista en www.lifeway.com/quietud.