POR CHRIS JOHNSON
El perdón era el centro de la enseñanza y el ministerio de Jesús. Ya a principios de Su ministerio, Jesús enseñó: «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mat. 5:7).1 Estando en la cruz, el Señor oró: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Luc. 23:34).
LA PREGUNTA DE SIMÓN PEDRO
Las enseñanzas de Jesús sobre el perdón sistemáticamente comunicaban que Dios nos perdona y espera que perdonemos a quienes nos han hecho mal. Mateo 18 comienza con el relato de una situación que requería una confrontación para ser solucionada. Cuando Pedro escuchó estas palabras, se acercó a Jesús y le preguntó si debía perdonar a un hermano que hubiera pecado contra él y estuviera arrepentido; ¿hasta siete veces? (Mat. 18:21). La pregunta de Pedro era una muestra de extremada generosidad. La enseñanza rabínica de ese tiempo requería que se perdonara al hermano tres veces, ¡nunca cuatro! El Talmud decía: «Si un hombre comete una transgresión, la primera, segunda y tercera vez, será perdonado; pero la cuarta vez, no será perdonado».2 Los judíos basaban este concepto en algo que había dicho Eliú, el amigo de Job, al hablar de que Dios rescata el alma de un arrepentido del pozo: «He aquí, todas estas cosas hace Dios dos y tres veces con el hombre» (Job 33:29). Con una generosidad que iba más allá del requerimiento de los rabinos, Pedro ofrece perdonar siete veces. Pero Jesús le responde que el perdón, básicamente, debe ser ilimitado. «Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete» (Mat. 18:22). Y luego le contó una historia sobre un rey que le había perdonado a un hombre los 10 000 talentos que este le debía, y cómo este hombre, a su vez, se había negado a perdonar a otro hombre que le debía la suma, comparativamente insignificante, de 100 denarios. Cuando el rey se enteró de la falta de misericordia del siervo hacia el otro hombre, se enfureció y «le entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía». Y Jesús añadió: «Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas». ¡Qué alarmante declaración!
EL FUNDAMENTO DEL ANTIGUO TESTAMENTO
¿Por qué Jesús fue tan inflexible al afirmar que debemos perdonar a quienes nos hicieron mal, nos lastimaron o pecaron contra nosotros? Jesús estableció ese requisito porque el perdón es parte esencial de la naturaleza de Dios. Es quien Él es. Es Su carácter. Descubrimos esto en Éxodo 33-34. Estando al pie del monte Sinaí, Moisés le rogó a Dios: «Te ruego que me muestres tu gloria» (Ex. 33:18). Dios le respondió: «Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro, y proclamaré el nombre de Jehová delante de ti; y tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente. Dijo más: No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá» (vv. 19, 20). Al día siguiente, Moisés ascendió al monte Sinaí. Éxodo registra ese dramático encuentro: «Jehová descendió en la nube, y estuvo allí con él, proclamando el nombre de Jehová. Y pasando Jehová por delante de él, proclamó: ¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación» (34:5-7).
Podríamos esperar que Dios destacara Su rol como Creador, Guerrero o Rey. Pero no fue así. En cambio, el aspecto de Su carácter que Dios eligió revelarle a Moisés fue Su misericordia. Dios, lleno de compasión y gracia, ofrece perdón a quienes pecan contra Él. Este mensaje de la naturaleza perdonadora del Señor se repite a lo largo del Antiguo Testamento. (Núm. 14:18; Neh. 9:17, 31; Sal. 86:15; 103:8-13; Joel 2:13; Jonás 4:2).
El Salmo 103:7-13 relata nuevamente la experiencia de Moisés con la presencia de Dios en Sinaí y nos da más detalles sobre el gran corazón perdonador de Dios. En forma poética, el salmista declara: «Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones» (v. 12).
En los escritos de los profetas encontramos la misma verdad. Miqueas 7:18-19 dice: «¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia. El volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados».
Jeremías 31:31-34 declara que Dios establecerá un nuevo pacto con Su pueblo. Como parte de ese pacto, explica Dios, «…perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado». (v. 34).
Isaías 43:24-25 nos permite ver un motivo especial por el que Dios nos perdona. Aquí, Dios acusa a Su pueblo porque, en lugar de llevarle ofrendas y sacrificios, lo único que le llevaban eran sus pecados: «No compraste para mí caña aromática por dinero, ni me saciaste con la grosura de tus sacrificios, sino pusiste sobre mí la carga de tus pecados, me fatigaste con tus maldades. Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados».
Dios no quiere que estemos cargados por nuestros pecados y abrumados por nuestras iniquidades. Por eso, nos perdona. Borra nuestros pecados y no los recuerda más. ¡Qué afirmación tan notable! Dios perdona los pecados porque son una carga para Él. Perdona por causa de Sí mismo. La palabra que Dios usó al revelarse a Moisés nos da una indicación de esto (Ex. 34:7). Cuando habla de que Dios perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, el texto hebreo utiliza el verbo nasa’, que significa levantar o quitar.3 Dios quita o remueve nuestros pecados porque eso constituye una carga, tanto para Él como para el pecador.
Cuando perdonamos y somos dignos de ser perdonados, ya no somos prisioneros de nuestro pasado
Jonathan Sacks
LA ENSEÑANZA DE JESÚS
Este panorama del Antiguo Testamento nos ayuda a comprender mejor la enseñanza de Jesús. Él enseñó que es necesario practicar el perdón absoluto. Sus seguidores siempre deben perdonar y ofrecer perdón infinito a quienes pecan contra ellos; de la misma manera que perdona Dios. En la Oración Modelo, Jesús dice: «Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores» (Mat. 6:12). El único comentario que hace Jesús de la Oración Modelo viene inmediatamente después de la oración en sí: «Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas» (vv. 14-15). Como hijos de Dios, se nos ordena perdonar. Cualquier otra cosa nos produciría una derrota moral y espiritual. Perdonar a otros no nos hace ganar la salvación, pero sí muestra que la tenemos. Jesús no solo enseñó que debemos perdonar de manera radical, sino lo puso en práctica. Perdonó a los que menos lo merecían: a la mujer sorprendida en el acto de adulterio, al ladrón en la cruz, a los mismos que lo habían crucificado a Él. A la mujer pecadora que lavó Sus pies con sus lágrimas y las secó con sus cabellos, Jesús le dijo: «Tus pecados te son perdonados» (Luc. 7:48). Los presentes quedaron atónitos: «¿Quién es éste, que también perdona pecados?» (v. 49) Cuando cuatro hombres llevaron a un amigo paralítico hasta Jesús y lo bajaron por un hueco en el techo, Jesús lo sanó y lo perdonó también. Los líderes religiosos reaccionaron con incredulidad: «¿Quién es éste que habla blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?» (5:21). Los judíos entendían que solo Dios puede perdonar los pecados de una persona. Y Jesús, al expresar que los pecados de una persona eran perdonados, estaba proclamando Su divinidad. Los líderes religiosos consideraban que tal acto era una blasfemia. En el juicio a Jesús, parte de la sentencia de Su condenación fue que había blasfemado (Mar. 14:64). Jesús estuvo dispuesto a morir para darnos el perdón. Pablo lo dice de manera simple: Él fue entregado a la muerte por nuestros pecados, y resucitó para nuestra justificación» (Rom. 4:25, NIV). Simón Pedro creyó que era demasiado generoso. ¿Tendría que perdonar a un hermano «hasta siete veces?» (Mat. 18:21). Jesús enseñó un perdón sin límites. ¿Por qué? Porque ese perdón refleja la naturaleza de Dios. Y seguir el ejemplo de Él de perdonar a los demás, nos beneficia a nosotros. El erudito judío Jonathan Sacks explica: «Cuando perdonamos y somos dignos de ser perdonados, ya no somos prisioneros de nuestro pasado».4 Dios no quiere que estemos cargados con corazones apesadumbrados por negarnos a perdonar a quienes nos hicieron mal. Si somos seguidores de Cristo, debemos ser como Él. Debemos perdonar lo malo, la rebelión y el pecado como Él ha hecho. Él perdona por amor a Sí mismo. Y nos invita a perdonar a quienes han pecado contra nosotros y nos han hecho mal, por nuestro propio bien.
1. A menos que se indique algo diferente, las citas bíblicas son tomadas de la Versión Reina Valera 1960 (RV60).
2. The Babylonian Talmud—(El Talmud Babilónico). Mas. Yoma 86b. [consultado el 30 de septiembre de 2016]. Disponible en Internet: juchre.org/talmud/yoma/yoma4.htm#86a.
3. § 1421 «af’n»» (nasa’, ‘levantar, llevar, tomar’) en Theological Wordbook of the Old Testament (Libro de Palabras Teológicas del Antiguo Testamento), ed. R. Laird Harris (Chicago: Moody, 1980), 2:600-601.
4. Jonathan Sacks, «The Birth of Forgiveness» [22 de diciembre de 2014; consultado el 30 de sept. 2016]. Disponible en Internet: www. rabbisacks.org/birth-forgivenessvayigash-5775/.
_____
Chris Johnson es editor de contenidos para el ministerio de grupos de LifeWay y pastor de Central Baptist Church en Hendersonville, Tenn.
Este artículo fue tomado de Estudios Bíblicos para la Vida | Primavera 2020